viernes, 27 de mayo de 2011

Nubes, colores

El cazador lleva una semana pensando que por fin volverán a por él. Es un presentimiento extraño, quizás un cambio —ligero, muy ligero— en el color o en el movimiento de las nubes.
Hace un par de días, a punto de arrojar la lanza, ha levantado la cabeza y luego ha apoyado la mano, a modo de visera, sobre la frente.
—Las nubes están cambiando de color —ha dicho.
Luego ha vuelto a la caza. La mosca gorda seguía posada en la misma hoja, en la misma posición, y antes de arrojar la lanza, el cazador ha estado tentado de hablarle, de contárselo.
—Las nubes han cambiado de color —ha estado a punto de decirle a la mosca—. Van a venir a buscarme.
Pero al final no ha dicho nada. Ha apretado la lanza en la mano, ha apuntado recto —guiñando un ojo como cualquier cazador auténtico haría— y ha atravesado a la mosca gorda y negra.
Al final de la mañana ha cocinado la mosca y se ha sentado en la playa mirando el cielo.
Ha sido entonces cuando lo ha visto.
Allí, en su isla llena de moscas, estaba volando a lo lejos una gaviota.