El cazador preferiría olvidarse de las moscas por un tiempo. Por eso sale de esa parte de la isla cercana a la primera playa.
Y no, no ha olvidado la lanza.
Antes de salir a explorar se aseguró de dejarla bien escondida.
"Vamos, olvida las moscas" se dice.
Pero las oye zumbar y zumbar, todo alrededor suyo.
"Olvida las moscas"
Y aún siguen ahí.
Ha salido de noche. No hay peligro —lo sabe, seguro— y las moscas duermen. Aunque no es fácil encontrar caminos entre la maleza y las lianas que cuelgan de los árboles sigue adelante.
"Adelante siempre" se dice estirando los brazos, como desperezándose.
Cuando comienza a amanecer el cazador descansa. Se tumba bajo unas hojas grandes de palmera y se duerme.
Sueña que está cazando.
"No, no" se dice todavía revolviéndose en sueños.
Las moscas le sobrevuelan.
"No, no, no"
Pero al final abre los ojos.
Agarra un palo (¿acaso no es esa su lanza?) sin mirar y golpea a una, dos, tres; bien gordas, que caen al suelo.
El cazador de moscas las mira desde arriba. Se encoge de hombros ligeramente y arroja el palo lejos, todo lo lejos que puede.
Volverá a su sitio cerca de la primera playa. No hay más remedio, lo ha comprendido.
Sólo le queda encontrar el palo de nuevo. Ese palo que acaba de utilizar. Porque... ¿acaso no era esa su lanza?